domingo, septiembre 03, 2006

CAMINANDO HACIA SANTIAGO
(03/09/2007, Hondarribia)
¿Qué pasa cuándo una amiga te manda un mail proponiéndote que vayas con ella a hacer los últimos kilometros del camino de Santiago? Pues qué va a pasar, que compras el billete de tren y te plantas en Galicia el día acordado en el pueblo acordado.
Hace años que no hago deporte y me asustaba un poco eso de hacer una media de 25 kilometros al día sin preparación previa, reconoceré que casi me echa para atrás esa pequeña minulencia, pero la llamada oportuna a Egle despejó todas las dudas y no volví a dudar si embarcarme o no en este pequeño viaje por uno de los pocos rincones todavía desconocido de la geografía española.
Mi tren llegaba un poco antes que el de Egle a la pequeña estación de Sarria, y fue en tiempos de espera cuando Galicia, la gran comunidad de aldeas, empezó a enseñarme sus misterios, acento y relajado estilo de vida, la tranquilidad sorprende en este territorio aparentemente detenido en el tiempo.
El tren llegó tarde y para cuando llegamos al albergue de peregrinos éste estaba lleno y no nos quedó más remedio que acabar rogando cama en uno de los albergues privados, a las tres amigas que Egle hizo en el tren les tocó dormir en un par de colchones en el baño de paralíticos y a nosotros un colchón para los dos en mitad de una habitación de literas en medio de unas 25 personas, dormir mucho no dormimos pero a las 6 de la mañana empezamos a caminar con ánimos y energía.
Para las 11 ó 12 de la mañana los kilómetros de la etapa ya estaban a nuestras espaldas, sorprendentemente sin un gran cansancio físico ni lesiones o ampollas en los pies, eso no cambió mucho en el transcurso de los 5 días de marcha.
Los días y los kilometros pasaban sin darnos cuenta entre agujetas y alguna nueva dolencia cada día, caminar por la mañana, una buena ducha, aseo para el cuerpo y la ropa, menú del peregrino, charlas y risas, buena compañía y cada vez más amigos.
El camino de Santiago está envuelto en una mágia especial, la gente encuentra eso que les hace volver año tras año a ese pequeño gran hermano sin cámaras en las pequeñas aldeas gallegas, se respira hermandad entre la gente que sin conocerse comparte un mismo camino, conocen a gente diferente, se abren, se cuentas sus pecados, temores y deseos empezando a ver que hay otras cosas en este mundo a parte de la vida en el pueblo o la ciudad.
Es un buen viaje que tenemos aqui cerca y el cual podemos aprovechar para desconectar igualmente del mundo moderno, de aprender lo que realmente es este país lejos de la imagen de modernidad que proyecta al mundo, dormir y comer barato y ver lo poco que necesitamos realmente para vivir.
No diré que es comparable a viajar por algún país recóndito entre civilizaciones con usos y costumbres tan ancentrales como desconocidas para nosotros, pero es un buen modo de conectarnos con nuestras raíces, reconoceré que me ha servido para darme cuenta de en qué sociedad he vivido, de cual marché sin intención de volver, de aceptarla igual que acepto los cambios que he habido en mi, pero también para ratificarme en mis propias decisiones.
Os recomiendo el camino de Santiago porque cada uno encuentra lo que busca, tiene algo especial innegable, pero espero que ésta haya sido una de las últimas incursiones por el mundo propio antes de partir para tierras extrañas, porque ya va siendo hora de volver a retomar mis andaduras por el mundo....